domingo, 17 de abril de 2011

El día en que Corim se salvó por Daniela Perez



Un día Moro estaba sentado en su jardín, pensando, cuando de repente sintió un fuerte dolor de cabeza y muchas imágenes se cruzaron por su mente; se veía él, de bebé con unas personas que no eran sus padres.
De pronto miró al cielo y vio a una estrella que se acercaba más y más hacia él, Moro se quedó quieto, sabía que nada malo le pasaría.
Una nave se estacionó en su jardín, ésta era inmensa pero sólo él podía verla; de pronto, una bella chica bajó de ella, Moro estaba admirado y sorprendido.
Era Anabella, una habitante del planeta Corim, ella venía a traerle un mensaje. Ambos entraron a la casa y sus padres los esperaban en la sala, se pararon y dijeron:
- Moro, hace 17 años tus padres, en Corim, nos pidieron que te cuidaramos, porque eres muy especial y había gente que quería hacerte daño.
Moro estaba sorprendido, pero muy dentro suyo sabía que él era especial.
De pronto, Anabella se paro y dijo:
-Tienes que tomar una desición, tu planeta Corim está en peligro y sólo tú tienes la fuerza para salvarnos. Si decides hacerlo no podrás regresar a la Tierra y nunca más verás a tus padres adoptivos.
El joven Moro se sentía muy confundido y en su cama antes de dormir reflexionó, ya que su destino le indicaba que debía regresar a Corim.
Al día siguiente, muy temprano, ambos jóvenes prepararon sus cosas y emprendieron el viaje. Ya en la nave, Moro le pidió a Anabella que le explicara bien el por qué de la destruccion de su planeta.
- Bueno, cuando tu naciste tus padres eran perseguidos porque eres descendiente de uno de los hombres más poderosos del planeta, quien era tu abuelo, él nos protegía. Tú serías el siguiente protector del planeta, yo soy la hija de los reyes Nakon y Asira, también tengo 17 años, yo quise luchar contra los Celias, ya que ellos son quienes desde hace muchos años buscan destruir nuestro planeta, mi padre sólo me permitiría luchar si primero te encontraba a ti para que seas mi protector.
Moro se sintió muy preocupado y con miedo, pero sabía que no podía mostrarlo delante de ella, el quería ser su héroe.
Al llegar a Corim, los reyes fueron los primeros en saludarlo, ellos estaban muy contentos por la llegada de su salvador. Moro comenzó a prepararse con los mejores luchadores de allí, pero una terrible noticia lo desmoralizó, sus pafres biológicos habían sido secuestrados por los Celias.
Él día de la batalla había llegado, Moro dirijía el ejército de Corimos y detrás de él iba la fuerte Anabella, ella estaba preparada para todo.
Vieron llegar a los Celias, mitad hombres mitad tigres y otros eran hombres con cabezas de toro. El joven luchador estaba preocupado, las únicas armas que tenía aparte de su fuerza era un surim, una especie de escopeta pero con el tamaño de una pistola y con un alcance de más de mil metros, también tenía un arco y una flecha roja que tenía un poderoso veneno.
Anabella se acercaba con sus gráciles pasos, pero en la lucha era otra, tenía un gran fuerza en sus piernas y llevaba también un arma que era el romar un pequeño rayo que confundía a los agresores así ella podía acercarse y golpearlos.
Tulim era otro de los hombres más fuertes de allí y le dijo a Moro:
-Hermano, la batalla será dura, sólo te pido que en ningún momento pierdas la fe, porque ése es el motor de nuestra lucha.
La batalla comenzó, Moro sentía que ni podría vencerlos eran muy fuertes, pero recordó las palabras de Tulim y se sintió fuerte de nuevo. Pasaron 6 horas, el pequeño héroe se sentía desfallecer; de pronto los Celias huían, sabían que si seguian ahí su especie se extinguiría.
Los Corimos ganaron la batalla. A lo lejos vieron dos sombras que se acercaban, eran los padres de Moro. Él corrió a abrazarlos y en ese momento pareció que nunca se hubiesen separado.
A la mañana siguiente, una gran fiesta esperaba a los héroes, todos comían y bebían alegres, el rey pidió la palabra:
-Habitantes de Corim, no tengo palabras para agradecerles a todos los luchadores, especialmente a Moro y Anabella quiénes mostraron gran valentía. Por esto cedo la mano de mi única y preciada hija a nuestro ilustre habitante.
Anabella estaba muy nerviosa, pero Moro la tomó de la mano y ambos se abrazaron, la celebración continuó.
Él le dijo:
- Me siento muy honrado de que me permitas tener tu corazón, desde el primer día en que te vi sabía que mi vida iba a cambiar y lo mejor es que este cambio sería junto a ti.
Ambos, temerosos, se acercaron y se unieron en un tierno y profundo beso, el cual sellaría su amor para siempre.
FIN

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