domingo, 17 de abril de 2011

Un viaje sin camino Por: Paul Vilchez Pellissier.



El sabor amargo, dulce, ácido y salado viajó con la saliva que lo empujó desde la garganta hasta el pasado y el presente. El viento suave, capaz de espantar a una mosca, apagó la poca luz que me ayudaba a reconocer a mi compañera y acompañantes. Ahora la única luz que veo son los bordes de una ventana que me mira, dividiéndose en dos caras y cuatro ojos, estoy exactamente al frente de ella, sentado sobre un tejido que en algún momento sirvió de abrigo, apoyando la espalda en la pared, con las piernas encogidas y la rodillas a la altura del mentón. Solo muevo los ojos para observar a la oscuridad, no hay más que observar que la oscuridad y esas dos caras que me siguen mirando.
Ha empezado la música, la música profunda, de cuerdas, vientos y gargantas, siento como la vida recorre mi cuerpo y baila a su ritmo, prefiero cerrar los ojos, no me servirá de mucho tenerlos abiertos en la oscuridad que abraza melodías y mareo.
Sigo sentado, pero no me veo sentado, veo algo, no sé que es, pero se me está acercando, ahora es más grande. Si muevo la cabeza hacia atrás, me alejo y si la muevo hacia adelante me acerco. Es como un cuadro perfectamente dibujado, con un hombre grande, nunca lo he visto, pero siento que lo conozco, ahora se puede mover y ha salido del cuadro para darme un mensaje, seguramente bueno. El hombre se va y todo se ilumina, el sol se ha prendido, ¿y qué pasa? ¿Estoy volando? Es en serio ¡estoy volando! Es algo con lo que siempre he soñado ¡siempre! y soy feliz al viajar por los bosques, deslizarme en el arcoíris y saludar a todo el planeta que ahora está en fiesta. Acompaña mi vuelo un felino, el corre, y con cada paso que da se hace mas grande, se sumerge en el mar y su rostro se hace parte del mundo que ahora gira a mi alrededor. Miro hacia arriba, el sol y la luna están de la mano y me sonríen. Mi vuelo disminuye, prefiero parar, soy grande y veo como hora la música proviene de los pueblos, que aman a la tierra, a la lluvia, al sol y a la luna. Viven felices y agradecidos de ellos que serian incapaces de hacerles daño. Acarician al planeta con sus actos. Aquí no hay lugar para divisiones, ni humanas ni terrenales, todas y todos importan y viven en constante armonía con el resto de las especies. La fiesta es interminable, pues hay suficientes motivos para celebrar y los comprendo.
La música baja su intensidad y hace que me sienta más tranquilo, pero no menos contento, la luz baja poco a poco y no veo otra cosa más que a mí mismo. Los débiles pies se juntan a la espalda, haciéndose mi cuerpo una enorme esfera que sirve de vida para muchos y muchas, me he convertido en el mundo y me siento muy bien sabiendo lo mucho que les puedo dar a mis habitantes, también estoy agradecido de ellos, no me hacen mal.
La música sigue bajando, ya no soy el mundo, solo soy yo, estoy tranquilo, ni feliz ni triste, solo estoy ahí. De pronto, como una película han aparecido personas que conozco muy bien ¡claro, son mi familia! Los veo pero me siento lejos de ellos y me miran fijamente, lo que me hace pensar que tal vez he desperdiciado tiempo sin decirles lo importantes que son para mí, estoy llorando y pienso que lo primero que haré al llegar al techo abrigado por ellos, es darles un fuerte abrazo y decirles el gran placer que siento teniéndolos.
Ahora estoy en otro lugar, me siento muy seguro y sé que pase largos días aquí, en esta casa grande y tibia, con mi gran compañero de aquellos momentos, mi primo, con él, la pintábamos y la borrábamos, la hacíamos volar y aterrizar a nuestra manera. Sin más herramienta que nuestras pequeñas manos y nuestra gran imaginación, libre, sin reglas, la niñez no tiene reglas. Seguramente en sus paredes se quedaron nuestros ruidos, nuestros juegos, nuestras risas y llantos. Fue esa casa testigo de esos largos, floridos y lindos días.
He vuelto al presente y otra vez estoy muy feliz, estoy en un lugar extraño, y no sé cómo he llegado aquí ni a todos los lugares en los que he estado, es inexplicable todo esto. Este lugar es inmenso, no tiene ni piso ni techo. Pero en la enormidad del lugar, al frente mío, esta ella, a la que esperé encontrar en este viaje, también me sonríe, mientras me acerco me da lugar en su pecho y la abrazo cerrando los ojos, aun así siento que es poco para decirle que mi amor es así de grande como este lugar sin límites. Nos tomamos de la mano y volamos juntos por el mundo. Es otro viaje a su lado, importante como todos los momentos con ella. La felicidad se demuestra en nuestro vuelo compartido, de risas, besos y cantos. Nuestro vuelo se hace más lento y paramos en un lugar que siempre hemos estado, la tierra, que tiene tanto que contarnos y tanto que llorarnos.
Lentamente abro los ojos y ya no estoy sentado, estoy echado sobre el mismo tejido, la ventana sigue ahí, pero ya no me mira. Me pregunto cómo esta mi compañera, quiero hablarle y abrazarla, pero todavía no puedo, estoy todavía mareado y creo que ella también.
Doy un fuerte y profundo suspiro y pienso en lo lindo de este viaje a mi interior y al pasado de todo.

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